RAFAEL GOMEZ DE PARADA / Administración y finanzas de Sacyr Servicios
El debate viene de lejos y se ha incrementado de manera notable en los últimos años. En el Foro de Davos de 2017 se presentaron unas proyecciones que indicaban que cerca del cincuenta por ciento de los trabajos sería desarrollado por robots en 2025, lo que supondría una fuerte destrucción de empleo y un enorme incremento de déficit público en las economías desarrolladas.
Más desempleo y menos ingresos públicos para pagar las pensiones. Algunas voces como Bill Gates, Elon Musk o el Nobel de Economía Robert Schiller se sumaron a la propuesta con argumentos similares a los del secretario general de UGT, José María Álvarez, quien en 2016 pedía “que los robots paguen a la Seguridad Social por los trabajadores que no están en las empresas”.
Realmente el debate debería girar en torno a la propia innovación: ¿se deben gravar los avances tecnológicos? El debate se ha centrado sobre los robots, a los que imaginamos con aspecto humano por el cine o los androides de protocolo que vemos en ocasiones en ferias y exposiciones, pero “la máquina que roba puestos de trabajo a los hombres” es tan antigua como la primera Revolución Industrial. Y estamos ya en la cuarta. El propio Bill Gates indicó que se hablaba mucho de los impuestos a los robots, cuando debería referirse a la automatización de procesos, a todo aquello que las máquinas realizan de una manera más rápida, eficiente y segura que las personas.
Los camiones de recogida de carga lateral han reducido de tres a una las personas necesarias para completar la ruta de recogida de residuos.
La máquina de vapor, la cosechadora y el tractor, la cadena de montaje robotizada de la automoción, incluso los ordenadores, prácticamente cualquier avance tecnológico que se nos ocurra ha acabado sustituyendo personas en los puestos de trabajo por máquinas. Y sin embargo no existía este debate tan de moda.
En un grupo como el nuestro podemos encontrar decenas de actividades en las que la innovación tecnológica aplicada al negocio ha contribuido a reducir puestos de trabajo con tareas monótonas o con altos índices de siniestralidad y penosidad. En las plantas de residuos de Valoriza Medioambiente se aplican separadores automatizados combinando diversas tecnologías que sustituyen a peones de triaje, puestos de trabajo monótonos y poco motivadores que sufren problemas de olores, ruido y penosidad. Los camiones de recogida de carga lateral han reducido de tres a una las personas necesarias para completar la ruta de recogida de residuos.
Ventajas de la automatización
En Sacyr Concesiones, los lectores de matrículas o tarjetas con apertura de barreras automatizadas han sustituido puestos de trabajo en cabinas de peaje. En Sacyr Ingeniería e Infraestructuras, las tuneladoras, apisonadoras o las modernas técnicas de construcción han reducido no solo los puestos de trabajo “humanos”, sino también la siniestralidad.
Las ventajas de los robots o de la automatización son evidentes: mejoran la eficiencia de los procesos, se reducen los plazos de entrega y aumenta la competitividad, pero a la vez se crean nuevos puestos de trabajo, así que creo que en este debate no podemos ir contra el progreso. La aplicación de este impuesto resulta discutible por diversas razones:
- Los robots no pagarán nunca los impuestos, del mismo modo que no se benefician de una pensión, ni de unos servicios públicos.
- Los impuestos serán pagados por las empresas, que a su vez los repercutirán a los ciudadanos que utilicen los productos diseñados por robots o por ordenadores, exactamente igual que hoy en día. Es un impuesto a la producción, o más concretamente, a la mejora de un proceso de producción.
- Los países con tasas más altas de automatización de sus procesos, como Japón, Alemania o Corea del Sur, con tasas cercanas a 300 robots por cada 10.000 trabajadores, mantienen sus cifras de desempleo entre las más bajas del mundo, luego la asociación robots-destrucción de empleo no se sostiene.
En resumidas cuentas, el impuesto a los robots sería un impuesto a la innovación y un freno a la iniciativa particular o empresarial.